Sigo con la historia. Irena es la mamá de mi amiga Ella.
El plan era fácil: yo iba a encontrarme con Irena en el aeropuerto y ella se iba a hacer cargo de todo. Pero cuando me bajé del avión yo estaba preocupada. Acababa de cruzar el Atlántico para encontrarme con una mujer de la cuál sólo conocía el nombre, en un país extraño y en donde las únicas palabras que reconocía -después de escuchar a las azafatas del avión- eran “Hej” para decir “hola” y algo que suena como “Hej do” para decir “adiós”.
Me paré en frente a la banda rodante para esperar a que llegara mi maleta. Esta actividad es tediosa, y mi mente -que no tenía mucho más en qué ocuparse- empezó a deambular por todo tipo de situaciones posibles. Y si Irena no estaba en el aeropuerto? Y si no nos reconocíamos? Y si me estaba esperando en otro lado? Por qué no habíamos fijado un punto de encuentro? Por qué no había anotado el teléfono de Ella? Y si tenía que quedarme en un hostal? Lo bueno fue que esto último me hizo recordar que tenía que cambiar dólares por coronas suecas.
Al rato llegaron las maletas. Crucé por la aduana. Y justo afuera estaba Irena, con un letrero que decía “Marcela”, y algo de preocupación en el rostro de no poder reconocer a una mujer colombiana, que llegaba desde Seattle y a la cuál no había visto ni siquiera en fotos. Por supuesto, nos encontramos sin ningún problema.
A veces pasa que imagino situaciones llenas de complicación, pero cuando finalmente llegan, las cosas fluyen sin problema. E incluso, si realmente se presentaran las complicaciones, estoy casi segura que al cabo encontraría una manera de resolverlas. Entonces, por qué tantas preocupaciones? Supongo que el maestro Joda, de la guerra de las galaxias, diría que hay mucho miedo en mi mente.
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